Cómo citar: Estalella, J. (2010). El abogado eficaz. Madrid: Editorial La Ley, pp. 58-59.
Primera creencia: El resultado del caso y del juicio depende de nosotros
Desde el primer momento que el cliente nos encomienda el caso estamos convencidos (es decir, creemos) que el resultado del juicio dependerá de las respuestas de los testigos, de la capacidad de los peritos en responder, de la habilidad retórica del abogado contrario y, en última instancia, siempre nos queda la justificación de pensar que será el juez quien decida.
Como dejamos dicho más atrás, es inevitable la existencia de determinadas variables ajenas a nuestra área de influencia y todos los abogados que han alcanzado el éxito en su profesión son conscientes de este riesgo. La única diferencia es que su mente lo considera como simples variables o circunstancias que pueden transformar a su favor. La actitud que hace posible esta transformación comienza por asumir enteramente la responsabilidad del resultado del juicio.
A un abogado conocido mío de Barcelona, su cliente, una compañía aseguradora, le encomendó la defensa de un asunto civil en el que una empresa de derribos le reclamaba las cantidades que había entregado como indemnización a unos vecinos afectados por uno de los derribos que había realizado (ejercitando la llamada «acción de repetición»). La responsabilidad de la empresa de derribos era bastante clara (objetiva) y todo parecía apuntar a que prosperaría la reclamación. Pero, en cambio, ese abogado creía que no era así. Incluso en contra de la opinión de sus propios compañeros del bufete decidió contestar la demanda y defender a su cliente en el juicio, aceptando los posibles resultados adversos que su decisión pudiera conllevarle.
Al asumir la responsabilidad del resultado, su cerebro empezó a trabajar con el objetivo de buscar los mejores argumentos de hecho y de derecho para fundamentar su tesis. Se preparó concienzudamente las pruebas y el informe final y acudió al juicio. Durante la vista, le pareció que el juez no consideraba sus argumentos, pero, a pesar de ello, siguió con su estrategia. En el momento de recibir la sentencia se llevó una grata sorpresa: el juez había recogido muchos de sus argumentos y ¡había sentenciado a favor de su cliente!
A usted siempre le quedará el recurso de responsabilizar del resultado a otras personas (testigos, peritos, etc.), pero si piensa de este modo estará ordenando a su cerebro que no busque las soluciones más eficaces. Las instrucciones que le envía son: «No te esfuerces, porque sea cual sea el resultado siempre podré culpar a otro». El cerebro las obedecerá fielmente y dejará de buscar las mejores técnicas para aplicar al caso o al juicio. La motivación para utilizar el máximo potencial de su mente será nula.
Considerar que somos los dueños de las acciones que emprendemos servirá para responsabilizarnos de las consecuencias que se deriven de su adopción. Con esta creencia en mente, el cerebro encontrará y reunirá sus mejores recursos para afrontar los juicios, creando las circunstancias óptimas para ser efectivos.
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