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¿Cuál es la diferencia entre un enunciado y una proposición?

Caros lectores, tenemos el gusto de compartir un breve, pero significativo fragmento del libro «Introducción a la teoría de la argumentación. Problemas y perspectivas», de Luis Vega Reñón, un manual cuya lectura es obligatoria para principiantes y especialistas en argumentación jurídica. Dicho esto, ¡que tengan un hermoso día lleno de libros!

Cómo citar: Vega Reñón, Luis. Introducción a la teoría de la argumentación. Problemas y perspectivas. Lima: Palestra, 2015, pp. 81-93.


La trama y la urdimbre del argumento

Vayan por delante unas nociones y convenciones preparatorias. Comunicamos e intercambiamos información mediante determinados tipos de actos de habla a los que corresponden coma unidades gramaticales las oraciones declarativas o asertivas. Un enunciado es una unidad lingüística con pretensiones declarativas en este sentido; por ejemplo, el enunciado “está nevando en Z” informa de —-esto es, significa y afirma— que ahora nieva en dicho lugar. El significado o contenido informativo de un enunciado suele amarse “proposición” en lógica.

Se supone que una proposición es el significado de uno o más enunciados que quieren decir lo mismo (v.g. “nieva”, “cae la nieve”, “il neige”, “it snows”), amén de ser el objeto de nuestras actitudes epistémicas de duda, creencia, suposición, conocimiento, etc. (v.g. “creo que nieva”, “dudo que nieve”, “sé que nieva”, “sospecho que nieva”). Convengamos entonces en que una proposición es la unidad de información contenida en, o transmitida por, un enunciado representativo de un posible conjunto de enunciados que quieren decir lo mismo. Si, en efecto, sus pretensiones declarativas se cumplen, la proposición es verdadera; si no se cumplen, es falsa. Si efectivamente nieva, la proposición de que nieva es verdadera; si no nieva, es falsa.

Desde antiguo se ha dicho: una proposición es verdadera si declara que es lo que es, o que no es lo que no es; es falsa, si declara que es lo que noes, o que no es lo que es, (hoy también se habla de verdad en términos de coherencia teórica o de éxito práctico, o por referencia a una escala de grados de cumplimiento de una proposición.) El ser verdadera o falsa ha sido siempre el atributo más importante de la proposición. Según una metáfora popular, así como un enunciado sería el vehículo de expresión de una información, una proposición sería la portadora de uno de estos dos valores veritativos: o la verdad o la falsedad.
En filosofía de la lógica se discute si la portadora de la verdad o la falsedad es una enunciación concreta o la oración enunciativa o la proposición. También se discute si hay que atenerse Únicamente al par de valores excluyentes: verdad / falsedad, o si habría que admitir otros valores intermedios o indeterminados. Son discusiones en las que no voy a entrar aquí.

Sobre esta base lógica semántica, los argumentos propiamente dichos tejen una urdimbre cognitiva. Pues nuestros argumentos, según la presente perspectiva lógica, son típicamente medios de transformar nuestras creencias u opiniones en conocimientos y de establecer a partir de lo que ya conocemos nuevos conocimientos, en particular por la vía de la deducción. En suma, su modelo o paradigma de argumentación consiste en una idea clásica de prueba con raíces harto familiares. De Platón procede la noción de conocimiento como opinión verdadera y razonada (argumentada); de Aristóteles, a su vez, el programa de establecer a partir de lo conocido otros conocimientos seguros mediante pruebas deductivas, silogismos demostrativos, Así pues, la heurística anterior de la convalidación se ve coronada con una apodíctica epistémica de la justificación por demostración.

Sin embargo, esta misma vía deductiva también conduce a dos tipos de investigación metódica en torno a las llamadas “hipótesis”: proposiciones que creemos verdaderas, aunque no sepamos aún si en efecto lo son. El camino para establecer la verdad de una hipótesis seguiría el método marcado por el principio semántico de que toda proposición implicada por una proposición verdadera, es verdadera: según esto, habría que convertir la hipótesis en la conclusión de un argumento convalidado cuyas premisas ya se reconocieran como verdaderas. Es el camino ordinario de las pruebas deductivas directas de una proposición.

Por otro lado, el camino para establecer la falsedad de la hipótesis seguiría el método complementario marcado por el principio de que toda proposición que implique una proposición falsa, es falsa: según esto, habría que añadir la hipótesis a un conjunto de premisas que se saben verdaderas y tratar de obtener a partir del nuevo conjunto de premisas, como consecuencia, una conclusión obviamente falsa; dado que esta falsedad no podría atribuirse al conjunto inicial de las premisas reconocidas como verdaderas, tendría que recaer sobre la hipótesis añadida.

Ahora bien, el punto de vista lógico y la concentración de su mirada tanto en la constitución asertiva de la argumentación como en ciertos criterios internos de bondad del argumento, pueden ser bastante más ricos y generosos. Veamos una muestra de su magnanimidad en el uso de las pruebas como paradigmas o modelos argumentativos, muestra tan magnánima que parece representar un giro de la mirada hacia Otro horizonte más abierto o, incluso, un asomarse a la perspectiva dialéctica.


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