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Creencias para ser un abogado eficaz: los nervios iniciales no son perjudiciales para nuestros objetivos

Ahora ya sabe que el «nudo» y el resto de síntomas que siente antes y durante un juicio son normales, y que lo sienten hasta los abogados más experimentados como una reacción del cuerpo ordenada por el cerebro con el fin de resultar más efectivos.

Cómo citar: Estalella, J. (2010). El abogado eficaz. Madrid: Editorial La Ley, pp. 79-82.


Séptima creencia

Los nervios iniciales no son perjudiciales para nuestros objetivos

Es una experiencia muy común entre los profesionales que celebran juicios «sentir nervios» antes de entrar en la sala de vistas y en los minutos iniciales de empezarlos. A medida que transcurre el tiempo, este estado va desapareciendo y se van tranquilizando, hasta que prácticamente dejan de ser conscientes de esos nervios. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué en tan poco tiempo pasan de estar nerviosos a no acordarse de que lo estaban? Sencillamente porque nuestro cerebro está diseñado para comportarse así. De hecho, la conducta descrita es exactamente lo que tiene que suceder. Cualquier otra reacción no será nunca tan eficaz como ésta.

Cuando nos encontramos a punto de entrar en la sala, e incluso algunas horas antes, nuestro cuerpo empieza a prepararse, igual que el soldado que sabe que en poco tiempo entrará en combate. Como en las batallas, el acto del juicio no deja de ser una confrontación con elementos desconocidos, por lo que en el momento oportuno nuestro cerebro da las instrucciones necesarias al cuerpo para afrontarlos con las mayores probabilidades de éxito. Se trata de una reminiscencia del instinto de supervivencia, controlado por la amígdala, una de las partes más primitivas del cerebro situada encima del tallo encefálico.

En el juicio o en los momentos previos a él, el cerebro procesa una cantidad ingente de datos que le suministran los sentidos y se encarga de calibrar el riesgo o peligro que supone cada uno de esos estímulos. Los nervios que sentimos, manifestados de formas tan diversas como la sensación de un nudo en el estómago, la sequedad en la garganta, pequeños temblores, etcétera, son el resultado de esa calibración, o dicho de otra manera, son las órdenes que envía el cerebro a distintos órganos del cuerpo para contrarrestar esos riesgos y peligros con el objetivo de que seamos más efectivos.

Justo antes de entrar en la sala de vistas, cuando esperamos en los pasillos de los juzgados, nuestros sentidos están estimulando al cerebro a una velocidad vertiginosa: vemos al abogado contrario, al que creemos ser el cliente contrario y a los posibles testigos. Dentro de la sala los estímulos se intensifican y sus dimensiones, las figuras del juez, del secretario y del fiscal parecen hacerse más grandes por momentos. Todos estos datos son procesados por el cerebro en fracciones de segundo, que responde dictando las órdenes oportunas al cuerpo. El ritmo cardíaco se acelera para bombear más sangre al cerebro, suministrando mayor cantidad de oxígeno que agiliza el funcionamiento de las neuronas, las pupilas se dilatan aumentando la visión periférica, los músculos sé contraen (entre ellos los del cuello y el abdomen, con la consecuente sensación del «nudo») y, en definitiva, todo el organismo se prepara para el juicio.

En determinadas ocasiones los nervios se manifiestan con síntomas más evidentes que un simple nudo en el estómago. Es el caso de un abogado que asistió a uno de mis cursos el cual empezaba a sudar cuando le correspondía el turno de hablar en los juicios y esto le inquietaba enormemente.

La transpiración corporal es otro de los síntomas habituales que aparecen en una situación de excitación o inseguridad como pueden ser los juicios, localizándose por lo general en el rostro, manos y axilas, aunque también puede extenderse a todo el cuerpo. Al acelerarse el pulso cardíaco, el calor corporal aumenta debido al gasto energético y el sudor es la respuesta del organismo para bajar la temperatura y mantenerla en los grados adecuados para su correcto funcionamiento. Un cierto nivel de transpiración ha de considerarse, pues, normal y conveniente durante la celebración de los juicios.

El abogado del curso superaba los niveles habituales de transpiración, pero lo que realmente le angustiaba era pensar que los demás, y el juez en especial, notaban las gotas de sudor cayendo sobre su frente. Era la percepción de sí mismo imaginándose en ese estado lo que afectaba su actuación y no tanto el sudor, que aunque molesto no limitaba sus recursos de comunicación. Descartado un trastorno físico de sudoración (hiperhidrosis), si este es nuestro caso debemos aplicar técnicas que consigan modificar la imagen que percibimos de nosotros mismos. Una buena manera es mediante la construcción del simulador de juicios que le propongo en el capítulo 3, y otra consiste en reconocer abiertamente ante el juez lo que nos ocurre. En el inicio de nuestra intervención será suficiente con avisar al juez con una frase parecida a esta: «Señoría, siento sudar tanto, pero es algo que me sucede con frecuencia». ¿Le resulta inconcebible? Pues es la técnica utilizada por aquel abogado. Su eficacia se explica por aquello que dijimos en la tercera creencia de atacar directamente nuestros miedos.

A medida que avanza el juicio, e incluso pocos segundos después de habernos sentado, todos los síntomas descritos empiezan a remitir, desapareciendo en la mayoría de abogados al cabo de escasos minutos. Este fenómeno ocurre porque lo que antes eran estímulos nuevos a los que debíamos dar respuesta, se han convertido en viejos conocidos, es decir, nos hemos adaptado a las nuevas circunstancias. Los recursos generados por orden del cerebro han servido para compensar los momentos iniciales del juicio. Pero una vez éstos han pasado, ya no sirven para su objetivo, por lo que tienden a desaparecer por sí mismos.

Ahora ya sabe que el «nudo» y el resto de síntomas que siente antes y durante un juicio son normales, y que lo sienten hasta los abogados más experimentados como una reacción del cuerpo ordenada por el cerebro con el fin de resultar más efectivos.

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