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¿Qué tan importante es la memoria para ser un buen orador?

Sumilla: Memoria; 1. Memoria natural; 2. Memoria artificial

Cómo citar: Ureta, J. (2012). Técnicas de argumentación jurídica para la litigación oral y escrita. Lima: Ediciones Legales, pp. 615-622.


Memoria

Pasemos a la memoria, verdadero tesoro donde se conservan los productos de la invención y de las otras partes de la retórica. ¿La memoria tiene algo de artificial, o no depende más que de la naturaleza? Es esta una cuestión que trataremos otra vez con más oportunidad que aquí. Por hoy, hablaremos de ella como si se conviniera en reconocer la influencia del arte y de las reglas en dicha facultad, pues creemos que hay un arte de la memoria; algún día expondremos los motivos de esta opinión nuestra; por el momento, nos limitamos a exponer esta teoría.

Quedamos, pues, en que existen dos memorias, natural y artificial.

– La memoria natural es innata en nosotros y contemporánea del pensamiento.
– La memoria artificial toma su fuerza del método y de las reglas que la dirigen.

1. Memoria natural

En los demás trabajos del espíritu, el talento basta por su sola fuerza para obtener los mismos resultados que un estudio atento y minucioso; pero el arte fortalece y aumenta las dotes naturales. Así ocurre algunas veces que la memoria natural, cuando se la lleva a un alto grado, rivaliza con la memoria artificial; pero esta conserva y desarrolla, por un conjunto de reglas, todas las ventajas que debemos a la naturaleza. La memoria natural necesita, pues, ser fecundada por preceptos para que alcance todo su desarrollo; y los procedimientos del arte no tienen poder sino sobre un espíritu felizmente dotado. Sucede con esta como con las otras artes: las reglas son fecundas gracias al talento; el genio se perfecciona por el estudio. Por eso creemos que los dotados de buena memoria encontrarán ventaja en nuestros preceptos, de lo que os vais sin duda a convencer bien pronto. Si aquella poderosa facultad los dispensa de recurrir a nosotros, eso no quita que el trabajo nuestro tenga un motivo legítimo: el de prestar ayuda a los que no posean unas disposiciones tan brillantes.

2. Memoria artificial

La memoria artificial se compone de emplazamientos y de imágenes. Aquí llamamos emplazamientos a ciertos objetos, obras de la naturaleza o del hombre, tan bien determinados, tan restringidos, tan notables, que la memoria natural pueda asirlos y abrazarlos fácilmente; por ejemplo, una caverna, un altar, un ángulo, una bóveda y otras cosas semejantes. Las imágenes son formas, signos, representaciones de la cosa de que nos queremos acordar; por ejemplo, caballos, leones, águilas. Para conservar la memoria de estos animales, pondremos sus imágenes en ciertos sitios. Enseñemos ahora cuáles deben ser aquellos emplazamientos, cómo se les encuentra y cómo se fijan en ellos las imágenes.

a) Emplazamiento

Así como los que conocen las letras pueden escribir lo que se les dicte y leer después lo que han escrito, lo mismo los que han aprendido mnemotecnia pueden unir a ciertos lugares las cosas que han aprendido, y con el auxilio de aquellos lugares, repetirlas de memoria. En efecto, los que hemos llamado emplazamientos se asemejan a la cera o al papel; las imágenes a las letras; el arte de disponer y de fijar las imágenes, es una especie de escritura y, tomar en seguida la palabra es lo mismo que leer. Es por consiguiente necesario, si se quiere amasar recuerdos numerosos, que nos proveamos de una multitud de emplazamientos y depositar en ellos un gran número de imágenes. Creemos también que es preciso encadenar tales emplazamientos en un orden sucesivo, para que la falta de trabazón no nos impida reconocer las imágenes y recoger los recuerdos que están como encasillados, haciéndolos salir de sus casillas.

Si tuviéramos delante un gran número de personas conocidas nuestras formadas en fila, nos sería igual nombrarlas una a una comenzando por la primera, por la última o por cualquiera otra; de igual manera, teniendo los emplazamientos bien ordenados, podemos empezar por donde nos convenga: advertidos por las imágenes, vamos encontrando cada idea en el puesto que se le designó. He aquí por qué recomendamos que se escojan lugares dispuestos con orden y que fijemos largamente nuestras meditaciones en tan preciosos depósitos para que se nos queden bien impresos. En efecto, las imágenes, como los caracteres escritos, se borran cuando dejamos de servirnos de ellos; pero los emplazamientos, como las tabletas de escribir, quedan siempre a nuestra disposición. Para que el número de lugares no sea causa de error, es bueno marcarlos de cinco en cinco.

Es mejor disponer los emplazamientos en un sitio desierto que en un sitio frecuentado: el gentío y el movimiento de los transeúntes acaban por confundir las imágenes, debilitando sus rasgos, mientras que la soledad conserva íntegras aquellas figuras representativas. Además, se escogerán los sitios cuya naturaleza y aspecto sean más variados, sitios que se destaquen o se distingan bien unos de otros y atraigan así nuestras miradas, pues la semejanza de los lugares nos traería tal confusión que no se sabría lo depositado en cada uno.

– Que los emplazamientos sean de un tamaño regular, pues demasiado extensos darían vaguedad a las imágenes y demasiado chicos no las podrían contener.
– Que no sean ni demasiado claros ni demasiado oscuros, para que ni la luz desvanezca las imágenes ni las tinieblas las hagan desaparecer.
– Conviene, así mismo, que los intervalos sean de mediana extensión, poco más o poco menos de tres pies, ya que el espíritu, como la vista, aprecia mallas objetos en perspectiva cuando están demasiado separados o demasiado juntos.

Aun siendo fácil para el que ha observado mucho encontrar emplazamientos a propósito y en número suficiente, si alguien creyere no poder encontrarlos a su gusto le será permitido crear tantos como quiera, pues la imaginación puede muy bien concebir una región que responda a su deseo y formar en ella los emplazamientos necesarios. Quiere decir que podemos, si no nos agradaran los lugares que la naturaleza nos ofrece en multitud, imaginarlos para nuestro uso en una religión en la cual dispondremos por el pensamiento de lugares a propósito. Basta de emplazamientos; expongamos ahora lo que concierne a las imágenes.

b) Imágenes

Puesto que necesitamos imágenes fieles para representar las cosas y que, para acordarnos de las palabras, debemos escoger semejanzas conocidas, resulta que hay dos clases de semejanzas: la de las cosas y la de las palabras.

– Obtenemos la semejanza de una cosa, cuando formamos sumariamente la imagen de la misma; establecemos semejanzas de palabras cuando unimos a una imagen el recuerdo de cada nombre, de cada vocablo. A menudo abrazaréis en un solo signo, en una imagen única, el recuerdo de una cosa toda entera, como, por ejemplo: “El acusador pretende que el acusado ha envenenado a un hombre, que cometió este crimen para heredarlo y que hubo testigos y cómplices en bastante número”. Si se quiere recordar esta acusación para poder refutarla en el momento oportuno, habrá de representarse en el primer emplazamiento la imagen del hecho todo entero: nos figuramos al envenenado mismo en su lecho, si conocemos sus facciones; si no las conocemos, imaginamos en su lecho a otro moribundo de rango bastante distinguido para que vuelva fácilmente a la memoria. Junto al lecho imaginaremos al acusado teniendo en la diestra la siniestra copa. Este cuadro nos recordará la escena del envenenamiento; los cómplices, los testigos y las demás acusaciones, los fijaremos por su orden en varios emplazamientos; y cada vez que queramos acordarnos de una cosa, evocaremos fácilmente los recuerdos que nos hagan falta, si están bien dispuestas las figuras y las Imágenes bien caracterizadas.

– Cuando queramos expresar por medio de imágenes similitudes de palabras, la tarea será un poco más difícil y dará más trabajo a nuestro ingenio. Nos arreglaremos de la manera que sigue:

Ya los hijos de Atrida preparan su venganza. “Jam domiultionemreges Atridceparant”. Colocad en una de las casillas a Domicio, levantando sus manos al cielo, cuando ya está desgarrado a latigazos de orden de los Marcius Rex. Esta imagen os recordará el jamdomiultionemreges nemreges. Poned en otro lugar a Esopo y Cimbro, representando en la escena a Agamenón y Menelao: así figuraréis Atridceparant, y todas las expresiones se encontrarán expresadas. Pero este empleo de las imágenes servirá principalmente para despertar, por signos visibles, la memoria natural: si se trata de aprender un verso, empezamos por repetirlo dos o tres veces; después expresamos las voces por imágenes. Por este medio se consigue que ayude el arte a la naturaleza; tendrían menos eficacia separadas la una de la otra; no obstante, siempre se puede esperar mucho del arte y de sus reglas: poco me costaría probarlo, si yo no temiera, apartándome de lo que me propongo, faltar a la brevedad lúcida que es propia de los preceptos.

Pero como, entre las imágenes, hay algunas cuya impresión es duradera y que acuden fácilmente a la memoria, en tanto que otras son débiles, indecisas y fáciles de olvidar, hemos de considerar la causa de esa diferencia para conocer las imágenes que deben evitarse y aquellas otras que debemos servirnos.

La naturaleza misma nos enseña lo que conviene hacer. Cuando vemos en la vida cosas menudas, insignificantes y vulgares, no es frecuente que las guarde la memoria, porque no llama la atención lo que no presenta novedad. Pero si presenciamos o nos cuentan una infamia horrorosa o una gran virtud, una acción extraordinaria, mala o buena, ridícula o admirable, lo normal es que la recordemos largo tiempo. De igual manera olvidamos la mayor parte de las cosas que hoy se hacen o se dicen en presencia nuestra, pero hemos retenido perfectamente lo que supimos, lo que sucedió, en los días de nuestra infancia. La única razón de esta diferencia es que las impresiones comunes y habituales se van de la memoria, mientras se graban en ella de una manera indeleble todas las ideas que admiran. La salida y la puesta del sol no nos causan admiración ninguna, porque es un espectáculo de todos los días; pero los eclipses de sol nos sorprenden y excitan porque rara vez tenemos ocasión de presenciarlos; nos interesan más que los eclipses de luna, porque estos son más frecuentes. Así la naturaleza misma nos enseña que las cosas comunes y acostumbradas no pueden fijar nuestra atención; para atraerla se necesita de algo nuevo y extraordinario. Que imite el arte a la naturaleza; no hay descubrimiento en que la última no se anteponga. El genio da los primeros elementos; la cultura después los perfecciona.

Importa pues formarse imágenes de las que permanecen más tiempo en la memoria; tendrán esta ventaja, si escogemos semejanzas que nos sean bien conocidas; si no establecemos imágenes mudas y vagas; si les prestamos singular relieve, adornándolas con manto de púrpura, corona, o algo que permita apreciar más fácilmente la similitud; o si las desfiguramos cubriéndolas de sangre, de fango, de colorines.

Ya sé que la mayor parte de los griegos que han escrito acerca de la memoria recogieron las imágenes de una multitud de palabras, para que los que quisieran aprenderlas; teniéndolas siempre a su disposición, pudieran dispensarse del trabajo de buscarlas. Desaprobamos este método por varias razones: la primera es que, en presencia del número incalculable de palabras; es ridículo hacer una provisión de una millar de imágenes: ¡débil recurso, cuando de la multitud infinita de expresiones, tan pronto será como otra la que necesitemos recordar!

Otra razón es que, ofreciendo resultados ya dispuestos, se aleja a muchas gentes del trabajo intelectual de buscarlos. Por otra parte, la semejanza que a uno le llama la atención no es la misma que a otro se la llamaría. Se ve a menudo que un retrato no todos lo encuentran igualmente parecido, pues cada cual tiene su modo de ver. Lo mismo las imágenes: las que nos parecen mejor caracterizadas, otros las encuentran defectuosas y aun inadmisibles. He aquí por qué es mejor que cada uno se busque las imágenes que le convengan. En fin, al maestro le toca enseñarle a su discípulo cuál es la manera de buscarlas, de descubrirlas, citándole como ejemplos, no todas las similitudes del mismo género, sino solamente una o dos para hacer más clara la teoría. Así cuando hablábamos de las fuentes del exordio indicamos la manera de encontrar exordios, pero no presentábamos un millar de exordios al discípulo. Pensamos que, respecto a las imágenes, se debe de hacer lo mismo.

Como pudierais pensar que la memoria de las palabras es harto difícil o medianamente útil, y que más valdría contentarse con la de las cosas, ya que esta ofrece mayor utilidad práctica y más facilidad, tened en cuenta los motivos por los cuales he dado algún valor a la memoria de las palabras. Yo creo que para retener sin gran esfuerzo las cosas fáciles, es preciso ejercitarse antes en las más dificultosas. Recomendamos este ejercicio, no para saber algunos versos, sino porque fortalece la memoria de las cosas, única útil y que puede servirnos en la práctica; ejercitados en lo más difícil pasaremos sin esfuerzo a un procedimiento fácil. Así como en cualquiera enseñanza los preceptos del arte nada pueden sin un ejercicio asiduo, lo mismo en la mnemotecnia las reglas no tienen más valor que el que deban a la actividad del espíritu, al estudio, al trabajo y a la aplicación. Cuidad pues de reunir el mayor número posible de emplazamientos y de elegirlos rigurosamente con sujeción a los preceptos. Ejercitaos cada día en confiar imágenes a esos depósitos, pues las ocupaciones que a menudo nos apartan de otros estudios, de este no pueden apartarnos o distraernos. No hay un instante en que no tengamos algo que confiar a nuestra memoria, sobre todo cuando nos preocupa un interés mayor. Puesto que es ventajoso tener buena memoria, considerad con cuánto ardor se debe de buscar un bien tan precioso; esto lo apreciaréis mejor cuando hayáis experimentado su utilidad. No quiero, insistir más en estas exhortaciones, por miedo de que creáis que dudo de vuestro celo o de que hayáis comprendido la importancia de este estudio. Ahora vamos a exponer otra parte de la retórica; entretanto, llevad con frecuencia la atención a las partes precedentes; y lo que importa más, fortaleceos por el ejercicio.

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