Cómo citar: Majada, A. (1962). Oratoria forense. Segunda Edición. Barcelona: Casa Editorial Bosch, pp. 173-183.
Cualidades intelectuales del orador forense
1. Voluntad firme y decidida
Para dominar la Oratoria forense, como cualquier otra disciplina, hay que aplicar sin desmayo la voluntad con toda su intensidad. Voluntad y perseverancia durante el arduo período de estudio y preparación, voluntad también en el momento de tomar por primera vez la palabra ante el Tribunal. Recordemos con Unamuno que la voluntad de la acción nunca es excesiva, porque hay que querer siempre, “querer aun cuando no se pueda”. Aunque nos parezca que el estudio es lento, que no progresamos, no hay que darse por vencidos; el estudio de la Oratoria no es cosa de un instante, continuemos, pues, el estudio, y un día advertiremos que hemos rebasado la meta propuesta. Repasemos los ejemplos de los grandes oradores, veamos sus esfuerzos para sobreponerse incluso a ciertas taras excepcionales, reflexionemos sobre los ejemplos de tenacidad que nos presentan innumerables maestros antiguos y modernos, desde Demóstenes hasta Antonio Maura.
Salen de vuestra boca algunas frases incoherentes, algunos acentos bruscos: éstos son los pasos a tientas del ciego que se aventura por primera vez de su vida en la ruta que quiere y debe recorrer; entonces os detenéis sobrecogidos, consternados y os decís: No iré más lejos. — ¿Y por qué? — Porque no puedo resolverme a pronunciar palabras sin orden, sin inteligencia y que la simple asociación de ideas no se atreve a reconocer. ¿Qué quiere decir eso? ¿Olvidáis que se trata de un ejercicio que se os propone? ¿Olvidáis que el que no tenga el valor de hablar mal, no hablará nunca bien?… ¿Quién os detiene? El amor propio, la comparación que hacéis entre vosotros y un improvisador, el alejamiento en que os habéis colocado. Mas cuando comenzasteis a escribir, ¿qué producíais? ¿Recordáis vuestros ensayos? ¿Habéis roto vuestra pluma porque algunos, más prácticos, adelantaban más que vosotros? ¿Porque, como dice Horacio, habéis hecho marmitas, después de haberos propuesto sacar ánforas?
Hablad, pues, bien o mal, pero hablad. Dejad a un lado vuestro amor propio, vuestras pretensiones de talento. El hombre se halla desgraciadamente imbuido de una preocupación hija de su orgullo, y es que debe llegar al primer golpe a la perfección, cosa imposible; al contrario, no logra hacer bien sino lo que ha hecho mal largo tiempo, ni alcanzó jamás el fin y el progreso en las cosas humanas sino después de haberlas comenzado penosamente (PAIGNON).
La firmeza de la voluntad como disposición del espíritu, hará desechar desde el principio la absurda idea de que la Oratoria es privilegio exclusivo de unos cuantos, producto de cualidades que se encuentran en un escaso número de escogidos, que han llegado a ser buen oradores sin estudio alguno y por concurrir en ellos esos dones innatos.
Como otros habían dicho del poeta, algunos han afirmado que el orador nace, pero no se hace, queriendo decir que el orador recibe de la misma Naturaleza el ingenio para la Oratoria. A esta expresión se le ha dado un alcance inmotivado, toda vez que no puede significar otra cosa que hay ciertas personas que por disposición natural poseen una extraordinaria facilidad para la Oratoria; sin conocer las reglas del arte destacan entre los demás por su expresión insinuante y persuasiva. En cambio, el sentido usual que se le da tiende a cerrar toda posibilidad de acceso a la Oratoria a quienes no tuvieron la suerte de nacer ya investidos de extraordinarias facultades.
Hay sobre este punto dos sistemas opuestos: el uno se levanta lleno de orgullo y dice: esas expresiones pintorescas y vivas, esas felices alianzas de palabras, esa facilidad de elocución tan maravillosa, es un don de la naturaleza, un privilegio magnífico concedido a ciertas inteligencias, como a ciertos árboles el producir bellos frutos. El otro, humilde y modesto, apoyado en la dignidad del hombre, pretende que el trabajo que fecundiza hasta las abrasadas arenas, que la voluntad de ímpetus enérgicos, de nobles y vivificantes ardores, puedan dar esa inmensa y sublime poesía de la palabra, fuente de poder. En este último punto es donde a nuestro juicio se encuentra la verdad (PAIGNON).
La general y errónea afirmación de que el orador nace tiene la ventaja para los espíritus mediocres de dispensarles de intentar siquiera alcanzar lo que prejuzgan inaccesible; y al mismo tiempo, por reconocer en los oradores una gracia o habilidad natural, se les rebaja en el mérito que puedan tener.
El postulado verdadero es que todos los hombres son oradores y el orador se hace, todos los hombres poseen naturalmente unas cualidades medias para ser oradores y dejan de serlo por la defectuosa educación y los malos hábitos contraídos, a lo que se añade una falsa idea sobre el concepto de la Oratoria.
Adquirir valor y confianza en uno mismo y discurrir claramente cuando se habla a un Tribunal, no representa la dificultad que ordinariamente se supone, y en realidad el Abogado que se lo proponga y comience estos estudios con deseo vivo y tenaz, hará buenos informes mediante el progresivo desarrollo de sus dotes latentes. No hay por qué desesperar de llegar a ser orador si se persevera en este deseo mediante los estudios adecuados para el propio perfeccionamiento.
Los tímidos comienzan por asustarse de la supuesta dificultad de una preparación eficaz; rechazan en su ánimo toda posibilidad de informar ante unos jueces y entonces contemplamos el triste espectáculo de aquellos individuos de una formación intelectual aceptable, en búsqueda afanosa del colega que les saque del apuro del debate oral, porque ellos sólo se lanzan a la polémica protegidos por el escudo de los escritos judiciales y les produce terror la idea de dirigirse verbalmente al Tribunal.
Si nos detuviéramos a pensar los obstáculos que se presentan al orador forense, abandonaríamos el campo sin intentar luchar siquiera: la importancia del asunto, en que circunstancialmente se discute el patrimonio o la vida de una persona; la misma responsabilidad que pesa sobre nuestra conciencia, al sentirnos en parecida situación a la del cirujano cuando va a operar; el silencio que precede al momento de decir las primeras palabras y el aspecto severo de las Salas de justicia; las miradas de los miembros del Tribunal; la pérdida momentánea de memoria, cuando más falta hace, que borra de la imaginación el plan del informe o un razonamiento de seguro efecto; una frase en que vacilamos y no sabemos cómo salir. Para salvar estos obstáculos, producto del azar que acompaña a la elocución pública, agrandados cuando se informa por primera vez, nos sostendrá en esos momentos la confianza en estudios y ensayos anteriores y la firmeza de voluntad, el estar convencidos nosotros mismos de que con la sólida base de una preparación conveniente, es imposible dejar de superar la situación.
2. Serenidad
Esta cualidad significa poseer la presencia de ánimo suficiente para dominar los pensamientos ante el auditorio, expresándolos con claridad y vigor según una continuidad lógica. Si las circunstancias profesionales nos obligan a tomar la palabra, hay que evitar a toda costa la voz balbuciente y el olvido de lo que se pensaba decir.
El nerviosismo y el ridículo temor de los auditorios es funesto para el orador novel, que en los momentos iniciales siente en su pecho los latidos del corazón, emocionado por la importancia del momento. La observación demuestra que el nerviosismo y el temor son los principales obstáculos que se alzan ante los principiantes como muro infranqueable. Se explica la falta de serenidad en el primer informe; la preocupación por un resultado que se antoja por fuerza desastroso, viene embargando el ánimo mucho antes de la fecha señalada.
Los temores que ordinariamente experimenta una persona que hace en el Foro su primera salida no pueden ser apreciados sino por los que los han sentido; pero cualquiera que sea la severidad con que se juzgue a un joven orador, logra más pronto o más tarde el éxito que merece, si cuenta con un verdadero talento. Los silbidos no ahogan más que a los ineptos. Demóstenes no tuvo éxito en sus principios; Cicerón nos enseña que cuando comenzó tenía una timidez tal, que cada vez que le era preciso tomar la palabra sentía desfallecer su corazón, y se cuenta que dio la libertad a un esclavo que venía a anunciarle que se había dilatado un negocio importante (GORGIAS).
Hay que dominarse y proceder como si no se estuviese asustado, convencidos del éxito, para conseguir que el temor inicial no pase de ser eso mismo, una preocupación pasajera por las primeras frases, superada al fluir seguro el discurso. Si el temor continúa, se ofusca la facultad de discurrir y sus síntomas producen deplorable efecto en el auditorio, que indiferente a la argumentación del desgraciado orador, termina por sentir profunda compasión hacia él.
El temor es saludable para inducirnos a estudiar a fondo el informe antes de hablar, pero sin sufrirlo hasta el punto de cohibir la voz y deslucir los mejores pensamientos. Mostrarnos temerosos será razonable cuando no estemos preparados, porque por mucho valor que entonces despleguemos, resulta improbable obtener triunfos.
Por el lado opuesto, se alza otro escollo de que el orador ha de preservarse: la presunción de creerse un talento oratorio. Algunos individuos tienen tan exagerada opinión de sí mismos, que no vacilan en abordar cualquier asunto sin preparación de ninguna clase. Su osadía les permite llevar a término una pieza oratoria que quiere parecerse a un informe, pero que en realidad es una confusa maraña de hojarasca verbal.
3. Memoria
Cicerón llamaba a la memoria “tesoro de todas las cosas”, considerándola como una de las facultades que más favorecen al orador, dando a entender, que una memoria feliz permite evocar en un instante determinado todos los pormenores del asunto, los hechos, las teorías, las razones legales.
La memoria es necesaria en el especial género de la Oratoria forense, que casi siempre versa sobre un informe a pronunciar en fecha conocida, sobre determinado asunto y persiguiendo cierto resultado. Estamos pues, ante lo que podríamos denominar una “improvisación preparada”.
A la vista de la preparación exigida para hablar con decoro ante los Tribunales, muchos desearían leer o recitar simplemente las cuartillas ya redactadas, alegando que así se escogerían con esmero las palabras y se mediría con precisión lo que quiere decirse. Pero contra semejante comodidad, a la que se oponen las legislaciones y costumbres judiciales de la mayoría de los países, se arguye certeramente que a veces falta tiempo para escribir un informe; y entonces desaparecería la Oratoria, sustituida por la simple lectura. Además, en las réplicas a las objeciones planteadas, el lector se encuentra ligado a su escrito y al no contar con aquéllas surgen dificultades, porque se ve precisado a entrar de pronto en un terreno rechazado por él mismo, el de la Oratoria, sin preparación alguna.
Otros se admiran de la extensión de ciertos informes y del cúmulo de datos y de fechas que se complace en recordar el orador, y creen que para tomar la palabra en el Foro se ha de estar en posesión de una memoria fuera de lo corriente, a la que jamás podrán llegar. Como recurso intermedio se acude entonces a aprender el informe, palabra por palabra, malgastando muchas horas en una labor estéril, ya que un informe no consiste en la repetición mecánica de una fraseología exacta. Aparte de que este proceder es un incentivo para el desastre, se desconoce nuevamente la necesidad de actuar en la Oratoria remedando en lo posible la conversación normal; de la misma manera que cuando se pretende celebrar una entrevista importante, a nadie se le ocurre aprender de memoria las frases que va a decir, sino que la preparación previa recae sobre las principales cuestiones a tratar y manera de enfocarlas luego.
En conclusión, la memoria del orador afecta a hechos e ideas, nunca a una colección de frases elaboradas en la tranquilidad del gabinete. Si hay vitalidad en los argumentos, de modo espontáneo las palabras estarán en armonía con las circunstancias y será realidad la “improvisación preparada”; las ideas, sometidas a la exigencia de nacer en aquel instante revestidas de ropaje adecuado, con seguridad encontrarán la frase elegante o, al menos, correcta.
Tampoco precisa obstinarse en decirlo todo de memoria, si la necesidad y hasta el buen sentido piden que el orador lea en algunas ocasiones. Éstas se presentan cuando hay que reforzar el sentido de los argumentos, al citar fechas o datos numéricos de difícil recordación, fragmentos de autores, o números de los folios a que nos referimos. Es mejor leer, porque si por ejemplo recordamos unas cuantas fechas, ¿qué seguridad tiene el Juez, ni nosotros mismos, de que no estén equivocadas? La lectura evita la inseguridad y contribuye en cierto modo a valorar la misma cita ante el Tribunal. Veamos los siguientes casos:
En el folio 7, se afirma que los 33 rollos valen 9.327 pesetas y que pesan 435 kilos. En el folio 9, consta una diligencia de reconocimiento pericial, en que los peritos, prudencialmente por no tenerlos a la vista, justiprecian esos mismos 33 rollos en la cantidad de 7.839 pesetas. Más adelante, en el folio 42, los peritos manifiestan otra vez que han examinado 25 rollos de algodón hilado, de un peso de 13,200 kilos cada uno, que tasan ahora, a razón de 18 pesetas kilo, en la cantidad total de 5.940 pesetas.
He aquí otro ejemplo: Pero no cabe duda, dice QuiNTANO RlPO- LLÉS, en la pág. 241, tomo l.° de sus Comentarios al Código penal que la circunstancia agravante de nocturnidad, ideada como contrapeso a la innegable facilidad que en algunos casos proporciona para la comisión del delito, obliga en cambio a que no se la tenga en consideración, como dice este ilustre Magistrado del Supremo, en todos aquellos otros para cuya realización sea indiferente.
Por último, veamos este ejemplo: …Ésta es la doctrina seguida por la Sala Primera de nuestro Alto Tribunal sobre interpretación de negocios jurídicos, no sólo en la sentencia de 1° de mayo de 1928, sino también en las de 2 de abril de 1941, 12 de julio de 1941 y 9 de enero de 1947.
En estos supuestos es mejor leer que alardear inútilmente de buena memoria. Los grandes oradores no desdeñaron la lectura para intercalar en sus informes fragmentos diversos:
Es el primero la Real Orden de 28 de agosto de 1853, la cual dice (leyó) … Pero estaba y está prevenido de una manera clara y terminante en los reglamentos, que sea el Director a quien debe dirigirse el Ministro para obras de esta clase, y no a otro, es a quien debe encomendar la dirección de las obras públicas, según el art. 5.° de la Ley de 1836, que dice así (leyó) … A los señores Comisarios, cuya ilustración, inteligencia y acierto, yo excuso encomiar, se les ocurrió preguntar al Tribunal de Cuentas la causa de esta anomalía singular que se observa en este asunto, y de la especie de sanción dada a una orden que se estimaba hasta cierto punto abusiva, y el Tribunal, en comunicación que dirigió al Sr. Presidente, dijo… (leyó) (CORTINA).
Sin propósito de ocuparnos de métodos mnemotécnicos, destacaremos que de las tres grandes leyes que presiden el perfeccionamiento de la memoria (la atención, la repetición y la asociación), las más importantes en el Foro son las dos primeras. Señalados los puntos fundamentales del informe, se concentrará la atención sobre ellos, hasta obtener una impresión profunda y duradera en la memoria: para esta labor nos ayudaremos con repetidos ensayos, mentalmente y en silencio al principio, luego en alta voz y como si estuviéramos en presencia del Tribunal.
Por mucha seguridad que tengamos en nuestra memoria, puede sobrevenir de pronto el olvido ante el auditorio del punto siguiente que habríamos de tratar. En tan desagradable situación de amnesia, estamos seguros que con medio minuto o menos recordaríamos todo, pero como resulta agobiante el silencio frente al auditorio, resolveremos el percance volviendo a tomar la idea desarrollada en el último fragmento, dándole una nueva presentación mediante otras frases de relleno referidas a análogo concepto, o bien modificándolo con leves retoques. Por ejemplo, si acabábamos de decir lo siguiente:
…Los materiales de este pleito han sido apreciados por el juzgador de primera instancia guiado por la extraordinaria impresión que sin duda debió causar una prueba: la de reconocimiento judicial.
Supongamos que en este crítico instante se abre ante nosotros el temido vacío ideológico. Para no sentir vértigo, nos abstendremos de intentar recordar a todo trance la idea siguiente, y diremos:
Esta prueba de reconocimiento judicial, inspección ocular, o percepción directa del juez, como quiera llamarse, la entendemos sometida a idénticas reglas de apreciación que las demás pruebas establecidas por el legislador, porque no se dan reglas especiales que la hagan diferente de las otras.
Es seguro que tales párrafos no podrán ser muestras de brillante doctrina jurídica ni de corrección oratoria, pero hemos evitado el silencio con unas frases superficiales, mientras pensamos con intensidad en el próximo punto del informe. Claro está que de seguir así el discurso terminaremos diciendo perogrulladas, pero de momento echamos mano de un recurso sencilio, de un eslabón de auxilio para buscar el siguiente. Remedio que en la práctica permitirá superar los apuros de momentáneos fallos de memoria.
Mas si la índole del período u otros factores no permiten proceder como hemos dicho, aún queda otra solución eventual: pasar al punto siguiente inmediato al olvidado, para entretanto dar lugar a su recuerdo. Hay que convenir que este remedio deja de ofrecer tan buenas perspectivas como el anterior, porque pasamos a tratar un punto en momento extraño en realidad al suyo, de forma que se resiente la continuidad lógica del informe. Además, supone un esfuerzo mental la exposición de un argumento importante, mientras se escarba en la memoria para la búsqueda del omitido; la exposición forzosamente ha de resentirse y aunque recordemos lo olvidado en tanto vamos hablando, hemos de concluir el punto que iniciamos, pues de no ser así, además de la interrupción, entraríamos con brusquedad en otros razonamientos quizás dispares.
Por estas razones es preferible la primera solución, pues estimamos posible en la práctica hilvanar un párrafo, en el sentido mencionado. En casos de extraordinaria fragilidad de memoria, el remedio será valerse de un guión esquemático de notas, que vaya indicando el orden de los argumentos más notables.
4. Imaginación
La memoria, cargada de hechos, imágenes y representaciones diferentes, y ejercitada de continuo, engendra la imaginación, la cual, según se observa, nunca es tan viva como desde los treinta a los cincuenta años, cuando las fibras del cerebro han adquirido toda su consistencia, para dar vigor a las verdades o errores que abrazó el entendimiento. Concurren también otras causas físicas a fortificar la imaginación: los libros la excitan, la pintura y la música la encienden; la vista del teatro del mundo la engrandece.
Es erróneo atribuir a ciertos países predominio en las imágenes oratorias, como más propicios a la fantasía y a las comparaciones brillantes. Las imágenes proporcionan tan acusado relieve al informe, que se usan en el Foro con carácter de universalidad:
Yo no puedo conformarme con que se ponga a todos los acusados en un mismo nivel. Si vosotros me lo permitís, yo dividiría a todos estos acusados por círculos concéntricos… En el primer círculo todos aquellos que tenían relaciones directas con él, ya por conducto de conversaciones personales, ya por cartas. En el segundo círculo… El tercer círculo, todos aquellos relacionados con personas del segundo círculo, los ejecutores de determinadas tareas concretas. Pushin está en este tercer círculo (KOMODOV).
El orador forense no puede dejarse llevar de la imaginación y de la pulcritud literaria del lenguaje hasta el mismo extremo que el poeta, pues un informe recargado de flores, de descripciones brillantes, de simbolismos continuos, es impropio de la severidad de la justicia. Pero son necesarias las imágenes, figuras y comparaciones, porque el informe va destinado a hombres, no a inteligencias puras; para éstas bastaría la exposición de la verdad en diversos razonamientos. Una buena figura interesa más que centenares de palabras, porque pone como ante los ojos las cosas y contribuye a sostener la atención. Observemos la claridad de la siguiente imagen en un complicado pleito de impugnación de un laudo arbitral:
Verdad es que nadie imaginaría que fuesen adicionables al activo de un caudal las deudas del caudal mismo, en cuya categoría y no en otra sería preciso colocar las adiciones últimas del mencionado voto, las cuales hacen en la mente de la señora Duquesa él mismo papel que las comparsas en los teatros de pocos medios pecuniarios, pues figuran a un tiempo como adiciones al caudal inventariado, como reintegros debidos por dotes y arras y como bajas del capital aportado por el marido (GAMAZO).
El arte teatral proporciona buenos materiales para otras comparaciones:
¿No es extraña esta certidumbre, conjunta con la circunstancia de que no se la persiguiera, cuando dos meses antes había sido denunciada su existencia? ¿Y no tiene esta conjunción mucho parecido con el artificio de los malos dramaturgos que son silbados, porque el espectador advierte que una sencilla y natural explicación en el primer acto hubiera evitado todos los enredos ficticios y violentos de la trama y todos los horrores del desenlace? (CARVAJAL).
Veamos otra figura utilizada por el mismo orador para impugnar un informe:
… Cuyo informe es un modelo de acusaciones forenses por lo sobrio, por lo severo, hasta por lo sentido; pero que carece de relación con sus conclusiones, mientras que por dentro chocan unas partes con otras y se deshacen al golpe (CARVAJAL).
El conocido símbolo de la justicia se utiliza con alguna frecuencia:
Lo que quiero, lo que anhelo, es justicia severa, justicia estricta, justicia que no acoge la caridad; pero justicia que rechaza el odio y la pasión: justicia, en fin, como la que sabe administrar V. E., que no olvida jamás que si la ley ha puesto en sus manos una espada para exterminar al criminal, también le ha confiado una balanza para pesar en ella las acciones humanas con todo el pulso y perfección que exige la vida, la honra y la libertad de nuestros semejantes (MANUEL SILVELA).
Emplear imágenes no consiste en saturar de ellas el informe, sino que se cuidará su elección, evitando el exceso y la distribución arbitraria. Por otra parte, se dan casos de figuras que resultan contraproducentes, o la comparación viene a aumentar los defectos en que se venía incurriendo, por inadaptación a las circunstancias:
Después de dura crítica de la actuación de los Tribunales, hecha sin consideraciones de ninguna clase y en forma demasiado enérgica, el orador terminó por enajenarse las simpatías de los Jueces — si es que le quedaban todavía algunas —, hablando así (dirigiéndose al mismo Tribunal): “Porque he de deciros que la justicia es una dama muy pudorosa y recatada, que quiere estar a solas para juzgar: si la Política ha entrado por esa puerta en esta Sala, por la otra ha salido la Justicia”.
La comparación era inadmisible en aquel momento, en vista de la forma concreta en que se hizo, pues además se pasó en seguida a otra cuestión completamente distinta. Si existía empeño en utilizar la comparación debió emplearse un moderado tono hipotético: “Si la Política llegara a entrar en una Sala…, etc.”. Se hablaría después de que se tiene la seguridad de que esto no ha ocurrido y la firme esperanza de un fallo justo.
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