Cómo citar: Majada, A. (1962). Oratoria forense. Segunda Edición. Barcelona: Casa Editorial Bosch, pp. 133-135.
Estudio de los modelos célebres
Señalamos ya las diferencias entre el discurso escrito y el discurso hablado, pero ello no impide que uno de los elementos más importantes de la preparación del orador forense sea la lectura de los mejores modelos. Su estudio y análisis, el meditar sobre ellos, la contemplación de sus transiciones, la observación acerca de cómo se disponen cada uno de los argumentos, constituyen un excelente medio para instruirse con paso seguro en la técnica del informe, guiado por los mejores maestros.
Los modelos estudiados demostrarán el desarrollo práctico de las reglas oratorias mejor que todas las explicaciones. La Oratoria consiste, en realidad, en un estudio reflexivo de los mejores modelos, y en un continuo ejercicio de componer y comparar los débiles ensayos con la perfección de los originales: ejercicio que hace fructificar el trabajo más que una ostentación memorística de reglas, la mayor parte arbitrarias.
Los modelos o ejemplos ofrecen al lector la manera de actualizar prácticamente las reglas, mostrando el desarrollo de los preceptos oratorios en el informe y añadiendo la experiencia y la autoridad del orador que los pronunció.
El inconveniente en este punto está en que carecemos en España de colecciones de defensas o modelos de Oratoria forense, porque las celebridades del Foro o las revistas profesionales no se han preocupado de reunirlas y publicarlas, ni siquiera a partir de la época moderna. Faltan, pues, recopilaciones extensas de los mejores discursos forenses, y antologías o repertorios en que se seleccionen las más destacadas. La pérdida es irreparable y hemos de resignarnos a que muchos de los informes de nuestros mejores oradores, magníficos trabajos de fondo y forma de la ciencia jurídica, siempre de extraordinaria utilidad para cuantos se dedican al Foro, hayan brillado como efímero destello en las Salas de justicia, sin ser recogidos por nadie.
Ante la imposibilidad de disponer de una buena colección de modelos, con un criterio simplista podría creerse salvada la dificultad con acudir a los modelos clásicos o a los extranjeros. Serán aprovechables los discursos judiciales de CICERÓN (pro Roscio, pro Plantio, pro Milone, pro Ligario, etc.), o de DEMÓSTENES (contra Esquines) y muchos de sus rasgos característicos podrán imitarse en el Foro moderno; pero sin proponerse seguir fielmente estos modelos, ya que habrá que discernir todo lo que en legislación y procedimiento es impropio de nuestra época. La preparación del orador forense aumentará también con la lectura de los modelos extranjeros; aunque se disponga de una buena traducción, téngase presente que el estilo de estos oradores, no es adaptable exactamente a nuestros Tribunales, por las diferencias de lenguaje, organización, costumbres, psicología, y otras, que distinguen profundamente el Foro español o hispanoamericano del francés o inglés.
Para consultar los modelos, en la mínima parte en que existen ediciones en lengua española, no queda otro remedio que acudir a las bibliotecas públicas. Persisten entonces las dificultades, porque es insuficiente acudir a ellas como quien va a tomar unos cuantos datos; se requiere una voluntad de permanencia que permita el estudio detenido de las obras consultadas.
No hay que contentarse con leer exclusivamente los informes de un solo autor, pues nunca se pasaría de una imitación servil y afectada. De los buenos modelos se extrae lo selecto de cada uno y así alcanzaremos la finalidad principal de estas lecturas, que es perfeccionar el propio estilo oratorio.
Aunque los buenos ejemplos deben ser nuestra guía, no debemos olvidar que hemos de ser discípulos, y no copistas; que hemos de imitar el arte, sin remedar la persona… No son las palabras materialmente, ni las frases, las que han de fijar nuestra atención para imitarlas, sino las cualidades del estilo, el gusto, la belleza y la congruencia de los adornos. Cuando tengamos ocasión de admirar la sencillez, la nobleza, la elevación, la energía y la belleza de un modelo, procuremos también nosotros ser sencillos, nobles, elevados y enérgicos, pero habremos de serlo a nuestro modo, sin afectación, y sin salir del alcance de nuestro ingenio y de nuestra capacidad… Pasen los modelos por el examen escrupuloso y severo de nuestra crítica reflexiva; escudriñemos en lo que está el mérito de la obra, y cuáles defectos hayan podido escaparse a la pericia de su autor; comparémosla con las reglas del arte, y sea nuestra aprobación el resultado de nuestro convencimiento (SÁINZ DE ANDINO).
Finalmente, el conocimiento de modelos y procesos célebres permite su cita en sí y por lo que representan:
Y no se diga que esto es una ingeniosa sutileza de la defensa. Aparte de que sutilezas de la defensa se llamaron las consideraciones del defensor de Lesurques, acerca de la posibilidad de una semejanza engañosa con el mismo criminal; aparte de que así se calificaron los razonamientos del defensor de Calas, acerca de la posibilidad de un suicidio, donde todos menos él vieron un homicidio… (MANUEL SILVELA).
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