Cómo citar: Estalella, J. (2010). El abogado eficaz. Madrid: Editorial La Ley, pp. 68-72.
Cuarta creencia
No existen los fracasos, sino resultados no deseados
Otro de las creencias que limitan la capacidad de los abogados en los juicios, y que me encuentro con frecuencia en los coaching (entrenamientos personales), tiene su origen en la connotación negativa que se le concede al fracaso. Es bastante común que los abogados interpreten como experiencias fracasadas una sentencia desfavorable, la reprobación del juez delante de los clientes, olvidar puntos importantes en la exposición del informe final o hacer el ridículo en el juicio. Existe, sin lugar a dudas, un temor a equivocarse o al fracaso. Lo importante no es tener estos pensamientos, por otro lado, normales en una situación de incertidumbre, sino el significado que se le otorga a la palabra «fracaso» ya que puede acrecentar nuestra inseguridad en un juicio. Entre los abogados litigantes se cumple una clara regla proporcional: cuanto más miedo al fracaso, mayor es la inseguridad.
Analizado desde la óptica de la incertidumbre que desarrollamos en la creencia anterior, el fracaso es la posibilidad de que las cosas no salgan como las planeamos, idea que si aceptamos como posible desde el inicio supone ya una válvula de escape para la inseguridad. Pero qué ocurriría si, además, adoptamos la creencia de que el fracaso es simplemente un resultado más, uno que no deseábamos, pero al fin y al cabo uno entre los probables. Pues que inmediatamente vaciamos de contenido negativo la idea «fracaso». De hecho, los abogados de todos los continentes, sin excepción, han perdido algún caso o han obtenido resultados desfavorables para sus clientes. Incluso los que hoy gozan de gran reconocimiento han experimentado lo que nuestra cultura ha venido en llamar «fracaso». El sentimiento de fracaso se alimenta del miedo y este último nos hace reaccionar aumentando el control sobre nuestros actos, lo que a su vez genera más miedo y mayor sensación de fracaso y vuelta a empezar. Tratar al fracaso como un resultado implica en seguida la posibilidad de cambiar este resultado; ya no será algo inamovible y pernicioso, sino una experiencia de la que podemos extraer enseñanzas para ajustar nuestra conducta y producir mejores resultados.
Recuerdo una vivencia que al principio consideré un fracaso y me afectó hasta que comprendí que era una oportunidad para aprender y mejorar en mi carrera de formador. Sucedió impartiendo un curso de Oratoria para los alumnos de la Escuela de Práctica Jurídica del Colegio de Abogados de Barcelona. Me habían asignado cuatro grupos a los que tenía que ofrecer el mismo contenido y al empezar con el primero tuve una experiencia desagradable que no me había ocurrido nunca. Una asistente del curso se negó a realizar un ejercicio ante los demás y se molestó conmigo cuando le insistí en que si lo hacía le ayudaría a perder su miedo a exponer el informe final ante el juez. Mi insistencia sólo consiguió afianzarla más en su negativa y que dos o tres personas se solidarizasen con ella, creando unos tos algo tensos en dase. Esta situación, nueva para mí, al principio me desmotivó y pensé que estaba fracasando en mi objetivo de enseñar Habilidades a los abogados jóvenes, pero no tardé mucho en darle otro significado a lo que había ocurrido. En lugar de vivirlo como un fracaso me responsabilicé del resultado y pensé que quizás con mi actitud había causado una respuesta que no era la que me interesaba. Decidí reajustar el programa del curso, suprimí unos ejercicios e introduje otros nuevos y probé en el siguiente grupo. El resultado en ese segundo grupo, así como en el resto de grupos, no pudo ser más satisfactorio, mejorando el programa que había impartido en otros centros, y todo gracias al grupo con el que «fracasé».
Recuerde bien esto: un fracaso no es más que una experiencia no deseada. Y en la vida, toda experiencia conlleva un aprendizaje útil. Probablemente, al igual que yo, usted recordará algún proyecto que haya considerado al principio como un fracaso del que luego ha podido extraer un conocimiento que le ha servido para futuros proyectos. Una forma efectiva de desarrollar y mejorar actitudes es aprender de nuestros propios errores. Anthony Robbins, en su libro Poder sin límites; cuenta la historia de un hombre que:
– Fracasó en los negocios a los 31 años.
– Fue derrotado a los 32 como candidato para unas legislativas.
– Volvió a fracasar en los negocios a los 34 años.
– Sobrellevó la muerte de su amada a los 35.
– Sufrió un colapso nervioso a los 36 años.
– Perdió unas elecciones a los 38 años.
– No consiguió ser elegido congresista a los 43.
– No consiguió ser elegido congresista a los 46.
– Tampoco lo consiguió a los 48.
– No consiguió ser elegido senador a los 55.
– A los 56 fracasó en el intento de ser vicepresidente.
– De nuevo fue derrotado y no salió senador a los 58.
– Fue elegido presidente de los Estados Unidos a los 60.
Este hombre era Abraham Lincoln. Como el propio Robbins se pregunta: ¿Habría llegado a presidente si hubiese considerado como fracasos sus derrotas electorales? Probablemente no.
Otro ejemplo de superación y aprendizaje de los propios errores es el de un juez que conozco. Antes de obtener su plaza se presentó hasta cinco veces a la oposición. Si hubiera considerado como fracasos sus resultados, hoy no estaría dictando sentencias.
Cuando esté preparando un juicio y una vez dentro de la sala, concéntrese en hacerlo lo mejor posible. Confíe en sus conocimientos, en su capacidad de reacción y en su habilidad para superar situaciones comprometidas utilizando el sentido común. Sin embargo, contemple también la posibilidad que las cosas no salgan como ha planeado e implante una segunda creencia en su mente: Un fracaso es un resultado no deseado que se puede modificar y del que se puede aprender. Encarar un juicio con esta idea será un revulsivo contra la inseguridad causada por la idea negativa de fracaso.
Dado que la naturaleza de los juicios es la incertidumbre, cabe el riesgo de que obtenga una sentencia desfavorable o algo no salga como usted había previsto. Si esto ocurre, es un hecho que no podrá modificar. Pero en cambio tiene en sus manos el poder de cambiar la interpretación que dé a ese hecho. La próxima vez que no obtenga el resultado previsto en un juicio, en lugar de lamentarse y regocijarse en el fracaso, pregúntese qué es lo que no le ha permitido ser efectivo. ¿Qué variables ha de cambiar? Posiblemente descubrirá que debe modificar su estrategia inicial, mejorar la técnica de interrogatorio o mostrar más convicción en el informe. Replantéese los medios, modifíquelos y busque la manera de alcanzar los objetivos.
Cuando usted llama fracasos a los resultados no deseados o se castiga recordando una y otra vez la mala experiencia, fortalece una creencia de inseguridad que condiciona su actitud en los juicios. Está ordenando a su mente que permanezca inmóvil, encerrada en ese cuarto oscuro que ha sido la experiencia no querida. La consecuencia será que la próxima vez que se enfrente a una experiencia parecida volverá a cometer los errores que le han abocado a esos resultados indeseados.
A partir de ahora, si en alguno de los juicios no obtiene el resultado previsto no lo viva como un fracaso. Usted ha conseguido un resultado, aunque no el que quería. Se trata de conseguir otro resultado distinto. La clave está en cambiar la respuesta que da a la experiencia no deseada. De esta manera, enviará al cerebro la instrucción de que existen otros resultados y éste adoptará la actitud más eficaz para encontrar los medios, técnicas y herramientas para alcanzarlos.
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